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11 ago 2009


historias que nacen de madrugada, delirios del desvelo. Oscuridad. Dos, tres, cuatro cigarrillos que se consumen en el tiempo. Tazas de café desparramadas sobre la mesa, la repisa y el suelo. Fantasmas merodeando suicidados, convertidos en palabras que no van a ningún lado. Un cúmulo de recuerdos envueltos en papeles desechados, aniquilados en el miedo.
Lluvia, afuera la lluvia. Se cuela por la ventana, la huelo, la siento, me penetra en los huesos, y revivo mientras el cielo se aclara, debe ser ya de madrugada. Pero aquí no pasa el tiempo, al menos no cuando escribo. No preguntemos por qué, ni como, sería ilógico por lo inexplicable del caso. Pero algo es cierto, cuando caliento el café del día anterior, agarro un papel y un lápiz y prendo un cigarrillo en el que con cada pitada consumo un poco de vida, el tiempo no existe. Muere, porque lo quiero muerto.
Importa la habitación, el café, el cigarrillo y las palabras que se dibujan solas para terminar coronando la decoración del piso abarrotado de hojas ya desechadas, con palabras que por haber sido plasmadas jamás podrán ser olvidadas.


Los mejores escritos nacen de los delirios de madrugadas

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